Lo de ayer no fue un debate


Hoy me siento más Enfurruñada de lo habitual porque estoy trabajando con sueño y no me parece ni medio normal que el único ‘debate’ de la campaña electoral empezara a las 10 de la noche de un lunes para acabar a la 1 de la madrugada del día siguiente. Me cuesta trabajo creer, como hoy dicen los expertos, que más de 8 de los 37 millones de españoles con derecho a voto, estuvieran delante del televisor en un horario tan intempestivo. Y aún me cuesta más entender cómo es que dicha curva de audiencia fue creciendo de forma constante a lo largo de las horas, con el horrible formato acordado entre los cinco partidos políticos y la Academia de la TV. Aunque también es cierto que esa audiencia que a mí me parece tan elevada, está por debajo de los 10 debates con mejor audiencia de los últimos años.
Pero es que lo de ayer no fue un debate electoral. Un debate es una contienda de razonamientos y de opiniones contrapuestas entre dos o más personas y lo de anoche fue, en términos generales, la concatenación de los discursos de los cinco candidatos sobre un guion de temas previamente pactados. A veces se interpelaban entre ellos, es cierto, pero en la inmensa mayoría de las ocasiones ni se contestaban ni había contrarréplica. Y para cuando en alguna rarísima ocasión esto ocurría, ahí estaba una nefasta Ana Blanco, cual señorita Rottenmeier cronómetro en mano, cortando de raíz el más mínimo intento por darle un poco de interés al asunto. Un tostón que sólo puede interesar a los periodistas o a los muy forofos de cada uno de los candidatos, los cuales tan sólo quieren escuchar las palabras de sus líderes y las meteduras de pata de sus rivales, porque no hubo discusión ni debate real.
Por eso tampoco me sirven las encuestas sobre el ganador o perdedor del no-debate de ayer, porque quienes podrían ser imparciales se debieron quedar dormidos en la primera media hora y los forofos que lo vieron votarán todos a favor de su candidato y en contra de su oponente. Como todos, yo también tengo una opinión subjetiva al respecto. He visto que hay casi unanimidad al considerar que Pedro Sánchez estuvo bien y tampoco lo comprendo, porque el dr. Cum Fraude demostró tan poca convicción en sus propias palabras que todas sus propuestas las tuvo que leer. Sánchez se pasó las dos horas y media con la cabeza gacha, leyendo lo que le había escrito Iván Redondo cuando le tocaba hablar, o cabeceando con cara de disgusto cuando todos los demás le reprochaban las enormes discrepancias entre sus acciones y las cosas que leía. No miró nunca a nadie a la cara, para mí fue el peor.
No tan mal como Sánchez pero tampoco estuvieron bien ni Rivera ni Iglesias. El de Ciudadanos porque ya se ha pasado con el atrezo con el que se adorna en todas sus intervenciones. La primera vez resulta original y hasta hace gracia, pero verle ayer con un trozo de adoquín en la mano, y luego con el largo pergamino, y después con las fotos y todos los inventos que se le ocurren, ya cansa. Pero peor fue su grave equivocación al echar una mano a Sánchez para ayudarlo a salir del atolladero en el que lo había metido Abascal al reclamarle que parase de intentar enfrentarnos contra nuestros abuelos. Y el de Podemos casi daba lástima pidiéndole por favor una y otra vez a Pedro Sánchez que le hiciera ministro y pactara con él. A Pablo Casado lo vi muy bien enfrentando a Sánchez una y otra vez con la realidad de que está vendido en manos de los golpistas catalanes y respondiendo con convicción a las acusaciones de corrupción. Pero la novedad indiscutible es que toda la audiencia tuvo que escuchar hablar a Santiago Abascal en directo, sin filtros y sin traductores que tergiversen su discurso. Por primera vez escuchamos en ese escenario a alguien que se atreve a poner en duda el discurso único de la izquierda y entra en los debates ideológicos en los que hasta ahora los demás partidos no se atrevían a entrar. Para algo me sirvió trasnochar.
Publicado el 05/11/2019 en Okdiario

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