¡Por Dios, viaje siempre en business!


Manuela Carmena tiene 73 años e ingresó en el Partido Comunista hace 52. Lo que no consta es desde cuando le gusta el lujo, sobre todo el de gañote. Vive en uno de los barrios más exclusivos de Madrid, en el Parque Conde de Orgaz, junto a la calle Arturo Soria, mientras que su marido debe 500.000 euros a sus ex empleados tras poner casi 800.000 de su patrimonio a nombre de su mujer a través de un chalet que ampliaron comprando un tercio del de su vecina, la también comunista Cristina Almeida. Lo pagaron en efectivo y lo escrituraron cinco años más tarde cuando, casualmente, había prescrito cualquier posible fraude fiscal. Pero ella puede vivir donde quiera, dejar de pagar a sus empleados cómo quiera y defraudar lo que quiera, porque… ella es comunista.

Y también puede viajar en avión con los mayores lujos del capitalismo liberal, pagados a escote entre todos nosotros. En campaña electoral se hace fotos en el Metro, pero una vez conseguido el bastón de mando, gracias al PSOE del defenestrado Antonio Miguel Carmona y del renacido Pedro Sánchez, toda la pompa es poca para ella. Asientos ergonómicos que permiten hasta acostarse, pantalla audiovisual privada, alta cocina, aperitivos y bebidas ‘gourmet’. Todas las comodidades que están sólo al alcance de los más pudientes, porque el billete de ida y vuelta a Canadá sale por unos 5.000 euros. Hace bien, yo también viajo con las mayores comodidades que me puedo permitir, pero eso sí, me lo pago yo con mi dinero ganado honradamente.

Cuando el año pasado al que pillaron viajando como un marajá fue a su sobrinísimo, el enchufado Luis Cueto, Carmena prohibió terminantemente los viajes a todo trapo de sus concejales. Prohibición que ella misma se saltó pocos meses después en un viaje a Ecuador. Y lo más divertido es el morro que le echan al asunto. Una vez descubierto —no precisamente porque el Ayuntamiento lo desvelara haciendo gala de esa transparencia de la que presumen tanto como carecen, sino porque OKDIARIO publicó una fotografía en la que se veía a la alcaldesa viajando con todas las comodidades reservadas a los clientes más exclusivos— las explicaciones que han dado han sido dignas de El Club de la Comedia.

Primero fue la portavoz asaltacapillas, con su vocecita de niña pija, quien nos explicó que “es una señora mayor, un viaje largo… es un caso excepcional” y se quedó tan ancha. Que sea una señora entra dentro de lo opinable, pero Rita va a tener que explicar un poco mejor por qué siendo tan mayor no se jubila, para descanso de los madrileños y por qué no se paga los lujos de su bolsillo. Que sí, que los de antes hacían lo mismo, pero ¿no decían que ellos eran diferentes? Aunque la traca final la dio la propia Carmena diciendo que lo hizo por “recomendación médica” ya que sus médicos le dijeron: “Por Dios, viaje siempre en business”. Hay que ser muy podemita para creerse que los médicos le hayan prescrito que la diferencia entre el precio de un billete de clase turista y el ‘Super Diamond’ se lo tengamos que pagar a escote entre todos, y muy caradura para cobrarnos sus lujos a los contribuyentes. Es una trola del tamaño de la catedral de Burgos, pero da igual, ella puede porque… es comunista.

Publicado el 28/06/2017 en OKdiario

La Transición terminará cuando la extrema izquierda sea marginal


Es un hecho indiscutible: en España no existe extrema derecha. Algo que nos convierte en una excepción en la Europa actual. Sufrimos la misma crisis económica e institucional que nuestros vecinos y hemos recibido tanta inmigración como ellos. Sin embargo, a diferencia del resto del continente, en España la extrema derecha no ha conseguido ni un solo diputado desde 1977 y llevan años sin alcanzar ni siquiera el 1% de los votos en unas elecciones generales. Hay muchas teorías que tratan de explicar los motivos por los que esto es así.

Por un lado, los votantes españoles se identifican políticamente con el centroizquierda en una mayoría abrumadora. Esto ha provocado que incluso los partidos conservadores se dirijan hacia este espectro político. Por otro, somos europeístas convencidos y muy poco patriotas. Todas estas cuestiones parecen estar relacionadas con una reacción en contra del aún muy reciente régimen franquista. No olvidemos que Hitler y Mussolini murieron en 1945, y Franco en 1975, con lo que del final de los regímenes fascista y nazi han pasado más de 70 años, mientras que del fin del franquismo sólo 40. Tampoco la oferta a la derecha del PP ha resultado nunca atractiva. Hasta la aparición de VOX todos sus representantes eran herederos de la Falange o de Fuerza Nueva y su discurso tradicionalista, anticapitalista y nacionalista resultaba desfasado y antiguo. Además Podemos absorbió a gran parte de los indignados españoles.

Sin embargo el comunismo lleva desde la Transición en las instituciones. Julio Anguita consiguió tener 21 diputados, que siendo muchos están muy lejos de los 82 que hoy suman Unidos Podemos, ERC y Bildu, partidos de extrema izquierda que recibieron casi el 25% de los votos en las últimas Generales. Se hace así patente la enorme diferencia en el respaldo que en España tiene la extrema izquierda y la extrema derecha. Es posible que el paso del tiempo tenga algo que ver con ello, porque han pasado ya 86 años desde que los comunistas españoles se dedicaban a quemar iglesias y a asesinar curas y monjas, 83 del intento de Golpe de Estado del socialista Indalecio Prieto, y 81 desde que la Pasionaria condenó a muerte al líder de la oposición, José Calvo Sotelo. La desmemoria histórica favorece a la extrema izquierda española.

El tiempo y el dominio de nuestro sistema educativo han jugado a su favor. Hicimos la Transición integrando a la extrema izquierda y rechazando a la extrema derecha. Nuestros jóvenes conocen perfectamente los crímenes de Hitler y hasta los juicios sumarísimos y las cunetas del franquismo. Sin embargo admiran a Stalin, creen que fue quien derrotó al nazismo y desconocen todos sus horribles crímenes. Como también ignoran todos los desmanes cometidos por el comunismo en España antes y durante la Guerra Civil. Por eso, nadie se escandaliza al ver a Pedro Sánchez, puño en alto, cantando 'La Internacional', símbolos de un comunismo tan genocida como el nazismo o el fascismo, y nuestros jóvenes visten con orgullo camisetas con la imagen del Ché Guevara, psicópata asesino al que se ha convertido en un icono. Hasta que la extrema izquierda no sea tratada igual que la extrema derecha no habrá terminado la Transición, porque sin ninguna diferencia entre ellas, ambas ideologías son igual de antidemocráticas y enemigas de la libertad.

Publicado el 21/06/2017 en OKdiario

Fernández Vara, ese ‘pedrista’ de la izquierda radical


Hace apenas un mes, el 10 de mayo pasado, el Presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, firmó un convenio con la Fundación Amancio Ortega que donará a la sanidad pública extremeña 12,8 millones de euros para la adquisición de cuatro aceleradores lineales que permiten realizar tratamientos de radioterapia a los enfermos de cáncer. Esa misma mañana Vara fue entrevistado en el programa Las Mañanas de Cuatro TV, donde hizo campaña a favor de Susana Díaz diciendo que se iba a elegir “entre una izquierda transformadora, moderna y centrada, o una izquierda radical que se vaya a competir con Podemos por los votos de extrema izquierda de este país".

Pero hete aquí que 11 días después se celebran las primarias y es Pedro Sánchez el elegido nuevo Secretario General de un PSOE al que vuelve muy reforzado. Y a Fernández Vara le empiezan a templar las piernas cuando ve como, inmediatamente, aparecen candidatas a quitarle el puesto en el PSOE extremeño, alguna de ellas ferviente ‘pedrista’. Así que ni corto ni perezoso Vara se quita la chaqueta, se arremanga la camisa y no pierde un instante en convertirse en abanderado de esa izquierda radical a la que criticaba unos días antes,  asegurando que la sanidad “no puede depender de cuántos pantalones o faldas venda Zara” uniéndose así a la ristra de podemitas que han aprovechado las generosas donaciones del gallego para demostrar su sectarismo, su ausencia absoluta de escrúpulos y su nivel intelectual al nivel de una ameba. Todo con tal de conservar el sillón.

Porque hay que ser muy sectario para criticar los 320 millones de euros que Amancio Ortega ha donado para la adquisición de equipos oncológicos en la sanidad pública. Sólo hay que rascar un poco en las biografías de esos que critican al gallego para descubrir por qué lo hacen. Todos son funcionarios públicos vinculados a partidos o asociaciones de izquierda radical. Rechazan las donaciones porque son voluntarias y provienen de un empresario ejemplar, pero reclaman más fondos públicos, que deberían robarnos a Amancio Ortega, a ti y a mí, expropiándonos o subiéndonos los impuestos. Fondos que, por supuesto, irían a caer a sus manos, porque nadie mejor que ellos saben lo que se debe hacer con nuestro dinero. Las donaciones de Chávez y de los Ayatolás no las rechazan, faltaría más. En realidad no están locos, sino que son unos listos que han sabido hacer del discurso del odio, de la envidia y del resentimiento social, una forma de vida. A ellos personalmente les va de cine así. Quizá hasta sepan que eso que ellos proponen sería la ruina de España, como ha pasado siempre que se ha intentado poner en práctica su ideología asesina. Pero les da igual, porque ellos sacan provecho, igual que ahora quiere hacer Fernández Vara.


Cualquier sociedad puede asumir un pequeño número de enfermos de odio, pero es inasumible que ocupen los puestos que les hemos dado a estos indeseables. Llevamos años haciendo maestros de nuestros hijos y gestores de nuestros impuestos en cargos públicos de responsabilidad a gentuza como esta. Y ahora los hemos metido a dirigir ayuntamientos y los hemos hecho diputados y senadores. Son una pequeña minoría de izquierda radical a la que la sociedad debería tratar como a inadaptados. Pero han sabido aprovechar la crisis económica y la corrupción del PP y del PSOE, para recabar los apoyos de muchos ingenuos y de demasiados resentidos como ellos. O reaccionamos, empezamos a poner sentido común y los mandamos a donde merecen o, como dice mi amigo, el censurado por Twitter @verdadesofenden, “nos vamos al guano”.

Publicado el 14/06/2017 en OKdiario

Normalizar el terror es asumir que el próximo puedes ser tú


Este sábado el terrorismo islamista ha vuelto a atacar en Londres, los asesinos arrollaron con una furgoneta a los peatones que paseaban por el Puente de Londres, se bajaron y apuñalaron a los que tuvieron la mala suerte de cruzarse con ellos. Un par de semanas antes otro terrorista hizo estallar sus bombas a la salida de un concierto de Ariana Grande en el Manchester Arena. Un mes antes, en París, a unas horas de las elecciones, asesinaron a un policía. El 7 de abril, en una calle comercial de Estocolmo, otro malnacido asesinó a varias personas, atropellándolas con un camión. Hace un par de meses en el metro de San Petersburgo hicieron explotar un artefacto casero, causando catorce muertos. Unos días antes otro terrorista musulmán atropelló a varios peatones en la acera del Puente de Westminster y cuando se bajó del vehículo asesinó a un policía en la puerta de la Cámara de los Comunes. Esto sólo en los dos últimos meses, pero claro que hay más, mucho más. Nos estamos habituando.

El islamismo radical ha causado ya 369 muertos en Europa desde 2015. Estambul, Berlín, Niza, Bruselas, París,… las calles de Europa se llenan de sangre. Lo mismo que las no occidentales. Afganistán, Egipto, Pakistán, Siria, Irak, Somalia, Nigeria, Yemen, Malí… casi no hay ningún rincón del mundo donde estas malas bestias no estén causando muerte y destrucción con alguna de sus múltiples marcas. Daesh, Boko Haram, Talibanes, Al Qaeda, Hamás… o lo que es más común entre nosotros, estos terroristas “low cost” que copian el modelo de terrorismo palestino, atropellando y apuñalando a civiles desarmados en zonas muy concurridas. Terrorismo islamista que lleva años sufriendo Israel y al que ya nos estamos acostumbrando aquí. En Europa llevamos años importando la materia prima necesaria para, de repente, radicalizarse y convertirse en un asesino en el nombre de Alá.

Después de los atentados sabemos lo que va a hacer cada uno. La ultra izquierda populista nos va a echar la culpa a nosotros, dirán que es el capitalismo occidental el que provoca el terrorismo y que mueren más musulmanes por nuestra responsabilidad que occidentales por el terrorismo islamista. Los progres se cogerán de la mano de algunos liberales para exigir respeto a todas las religiones y acusar de racistas y xenófobos a quienes se se nos ocurra sugerir que deberíamos empezar a defendernos de los musulmanes intolerantes. Y después encenderán unas velas cantando el 'Imagine' de John Lennon. La derecha pedirá que se cierren las fronteras y las mezquitas en las que los terroristas se han radicalizado, y que se expulse a todos los islamistas extranjeros clasificados como de riesgo para la seguridad. Todos haremos poco más o menos lo mismo que hemos hecho en los atentados anteriores y esas reacciones también ayudarán a conformar esta nueva normalidad.

Normalidad a la que el terrorismo islamista nos ha conducido, que consiste en que todos inconscientemente asumimos que la próxima víctima puedo ser yo o puedes ser tú, tus hijos o cualquiera de tus seres queridos. Porque todos vamos a conciertos y transitamos por zonas concurridas y queremos seguir haciéndolo. Las víctimas de ETA, cuando ya no aguantaban más la situación, podían salir del País Vasco y cambiarse a alguna otra ciudad de España en la que el terrorismo no les hacía insufrible la vida. Pero de estos malnacidos hijos de Satanás no tenemos donde escondernos. Nos acostumbramos a vivir con este terror. Las ganas de vivir, de mantener nuestras costumbres, nuestras libertades y nuestra forma de vida son tan grandes, que lo hacemos rápidamente, como un mecanismo natural de supervivencia.

Publicado el 07/06/2017 en OKdiario