¿La pasta… o referéndum?


Cuando el 20 de septiembre de 2012 Rajoy recibió en La Moncloa a Artur Mas apenas llevaba nueve meses al frente del Gobierno, manejando la tremenda crisis en la que nos había hundido el PSOE del malhadado ZP, intentando librarnos de un rescate a la griega, para muchos inevitable. Con un déficit público desbocado, por encima del 8% del PIB, y a cinco días de la violenta manifestación Rodea el Congreso del 25-S. En estas difíciles circunstancias Artur Mas sólo llevaba en su maleta un “pacto fiscal” consistente en un Concierto Económico igual al del País Vasco. Concierto que había sido rechazado por Jordi Pujol en la transición por las razones que explicó Xabier Arzalluz cuando dijo que “los catalanes, entonces, no lo querían porque al recaudar los tributos desde las diputaciones vascas asumíamos un riesgo que ellos no estaban dispuestos a correr”. Artur Mas no iba dispuesto a negociar su propuesta, que había sido aprobada en el Parlament hasta con los votos del PSC, y en Cataluña todos repetían que “Espanya ens roba”.
Y es que Mas veía a Rajoy desbordado por infinidad de enormes problemas económicos y sociales y pensaba que podría torcerle el brazo y sacarle la “pasta” chantajeando con el secesionismo. Pero Rajoy contestó con un “NO” rotundo a esa propuesta que, dijo, precisaría de una reforma de la Constitución a la que no estaba dispuesto. La respuesta de Artur Mas fue convocar esa misma tarde a miles de manifestantes en la plaza de Sant Jaume, para recibirle victorioso entre banderas secesionistas y gritos por la independencia. Y subió la apuesta solo una semana después. El día 26, Artur Mas se comprometió en el Parlament a convocar una consulta secesionista en cuatro años “con o sin el permiso de Madrid” y convocó las elecciones de Cataluña el 25 de noviembre, dos años antes de lo previsto. Elecciones en las que perdió 12 escaños que le forzaron a echarse en brazos de ERC primero, y de las CUP finalmente. Y todo por la “pasta”.
La misma “pasta” que sitúa a Cataluña en el puesto 130 de 172 regiones en el ranking europeo de limpieza y eficiencia pública y la ha convertido en la región más corrupta de España, según un estudio de la Comisión Europea sobre la corrupción política e institucional en los países de la UE. La lista de escándalos que han afectado a Mas y su partido es interminable: los casos Palau, Pallerols, del 3%, de las ITV… Nos recuerdan la frase que espetó Pasqual Maragall a Artur Mas en el Parlament: “El problema de CiU se llama 3%”, y se quedó corto. Mas y su partido, por la “pela”, han convertido a Cataluña en la región de España con más procesados por corrupción, duplicando la cifra del segundo clasificado, Andalucía, según el último mapa de la corrupción elaborado por el CGPJ.
Y ahora, cuando el empresario Josep Manel Bassols, antiguo alcalde convergente de Anglés y esposo de una magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, relaciona a Artur Mas con la trama del 3%, el expresidente se envuelve en la estelada y le echa la culpa a una ‘conspiración’ de los periodistas Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta. Pero su credibilidad está ya al nivel de la de su padrino político, Jordi Pujol. Ya nadie cree a Artur Mas, y cada vez que alguien repite el mantra secesionista de que “Espanya ens roba” es como si Mas confesara públicamente que los suyos se están llevando cruda… toda la “pasta”.

Publicado el 01/03/2017 en OKdiario

Los estibadores perjudican a la “clase obrera”


Los privilegios del gremio de estibadores, concedidos por Franco y mantenidos hasta hoy por su capacidad para coaccionar violentamente, perjudican fundamentalmente al resto de trabajadores. Perjudican a los desempleados, quienes por mucho que se formen y por muy dispuestos que estén a esforzarse, no pueden acceder a ese gremio endogámico, porque los que ya están no dejan entrar a nadie de fuera. Las que mejor explican esto son las mujeres que desean trabajar en el puerto de Algeciras, motivo por el que son hasta amenazadas e insultadas. Y perjudican al resto de trabajadores del sector, a quienes los estibadores roban los inmerecidos salarios que perciben. Ellos dicen que su salario es detraído del beneficio de las empresas. Pero esto, como vamos a demostrar, es falso.
Lo primero que debemos entender es que el precio de los productos no lo fija el empresario sumando el margen que desea al coste de su mercancía. El precio lo determina el mercado como el punto de encuentro en la desigual valoración que vendedor y comprador hacen de un producto. Y a los consumidores los costes de producción les importan un pimiento. O sea, que los empresarios no pueden subir el precio porque suban sus costes por culpa de los estibadores. Y por otro lado los beneficios empresariales también los determina el mercado, de forma que si los beneficios son muy bajos el negocio dejará de ser interesante y los inversores se retirarán, con lo que los trabajadores perderán sus empleos. Y si los beneficios son muy altos el negocio atraerá a nuevos emprendedores, lo que generará más empleo y estos nuevos actores afectarán al mercado hasta reducir dichos beneficios a un nivel tal que no atraiga a nuevos inversores ni los haga salirse del mercado.
Sabido esto, sólo queda determinar cómo se fija el precio del factor trabajo, o sea, el salario. En condiciones de libre mercado el salario se determinaría como cualquier otro precio. Un trabajador estaría dispuesto a trabajar a cambio de un salario que valore más que su propio esfuerzo y un empresario pagaría ese salario siempre que a cambio obtuviera algo más valioso para él. Pero el del trabajo es un mercado intervenido, que se ve afectado por normativas, salarios mínimos, subvenciones, ayudas a los desempleados, etc., que lo distorsionan. Con todo, una de las mayores distorsiones que existen es el sueldazo de los estibadores, que los sitúa entre el 10% de los españoles con mayor renta. Y para que los estibadores ganen esa barbaridad el empresario debe, forzosamente, ofrecer menor retribución al resto de trabajadores que intervienen en el negocio, para que así sus beneficios se mantengan en un margen que le siga haciendo interesante el negocio.
¿Y el resto de trabajadores no podrían actuar igual que los estibadores y mejorar así su retribución? Supongamos que, usando la coacción y la violencia, como hacen los estibadores, los demás gremios consiguieran que los políticos les garantizasen un monopolio similar al de los estibadores, que les asegurase una retribución fuera de mercado, por encima de la que se merecen por su formación y productividad. Esta situación sólo sería sostenible mientras otros trabajadores pudieran reducir sus salarios para que se mantuviera la rentabilidad del negocio, porque en el momento en que esto ya no fuera posible, ningún emprendedor estaría interesado en invertir y todos los trabajadores perderían sus empleos. En consecuencia, es falso que los estibadores perjudiquen a los empresarios, a quienes perjudican es a los parados y a los demás trabajadores, o sea, a la “clase obrera”.

Publicado el 22/02/2017 en OKdiario

Pablo Iglesias ha vencido al 15M


En las elecciones generales de marzo de 1996 Julio Anguita consiguió 2,6 millones de votos que representaron el 10,5% y se materializaron en 21 diputados. Recordaréis que aquellas, las de la famosa “pinza”, fueron las primeras elecciones que ganó Aznar, y tuvieron que ser convocadas anticipadamente por un Felipe González cubierto de toneladas de fango por la corrupción, con casos tan sonados como los GAL, Fondos Reservados, Roldán, Filesa y un larguísimo etcétera. Con el paro por encima del 20%, y dos huelgas generales en dos años. Aquellos tiempos en los que el PSOE perdía elecciones con 9,4 millones de votos, casi el doble de los que consiguen ahora.
Aquellos 2,6 millones de votos suponían hasta ahora el techo del comunismo en España, pero hace poco más de un año Podemos irrumpió sorpresivamente en el Congreso de los Diputados consiguiendo ni más ni menos que 5,2 millones de votos. El doble de los conseguidos por Anguita en el 96, alcanzando un 21% que les supusieron los 71 diputados que tienen ahora, repartidos entre confluencias más o menos inestables. Se mire como se mire 5,2 millones de votos para un partido comunista en España es algo que está completamente fuera de lugar.  El CIS lleva años analizando la autoubicación ideológica de los españoles y ha dejado patente que en la extrema izquierda se ubican, como mucho, el 11% de los encuestados. Los 5,2 millones de votos de Podemos es evidente que no procedían de la extrema izquierda, sino que más de la mitad de ellos se autoubicaban en posiciones que habitualmente correspondían con votantes socialistas. Y es que en España, como bien dicen Almudena Negro y Jorge Vilches en su libro “Contra la socialdemocracia: Una defensa de la libertad”, el populismo es hijo de la socialdemocracia.
Ambas corrientes, extrema izquierda y centro izquierda, se han enfrentado este fin de semana en Vistalegre. Los votantes de centro izquierda son los que ven con buenos ojos a Íñigo Errejón y sus acercamientos a un PSOE que ya había sido “podemizado” por Zapatero y Pedro Sánchez. Son los votantes que compraron el discurso populista nacido en las plazas del 15-M, en las que jovencitos curtidos en asambleas universitarias convivían con jubilados, parados y amas de casa, hastiados de la coincidencia de tanta corrupción con el paro y la crisis. El eslogan de “no hay pan para tanto chorizo” no es un eslogan comunista, bien sabido es que los comunistas son tan chorizos o más que cualquier otro político y que con ellos lo más normal es que el pan escasee mucho más. No, ese eslogan podemita es un claro ejemplo del discurso populista socialista que tantos votos les ha dado.
Pero la recuperación económica, el descenso en los niveles de paro y el hartazgo que provoca comprobar que a las primeras de cambio esta nueva casta es tan corrupta o más que la antigua, poco a poco irá alejando a los votantes no comunistas de Podemos. Pablo Iglesias sabe que los indignados pronto perderán la indignación y la ilusión, volviendo a ser sólo hastiados, por eso ha empezado a preparar su partido para adaptarlo a este nuevo esquema donde sólo quedará comunismo. Fuera caretas, lejos queda ya aquel extraño discurso con el que pretendió hacerse pasar por socialdemócrata del norte. A partir de ahora el liderazgo será aún más fuerte, los círculos perderán cualquier ilusión de tener algún poder real y el que se mueva desaparecerá de la foto, al más puro estilo estalinista: comienza la purga comunista en Podemos.

Publicado el 15/02/2017 en OKdiario

Sólo puede quedar uno


A finales de los años 80, Russell Mulcahy dirigía ‘Highlander’ -Los Inmortales- protagonizada por Christopher Lambert y Sean Connery. Película perfectamente olvidable si no fuera por su banda sonora, el disco ‘A kind of magic’ de Queen. Aunque muchos recordaréis también su subtítulo: “Sólo puede quedar uno”, en referencia a la eterna lucha a muerte entre sus protagonistas. Yo espero que los podemitas no sean inmortales, es más, confío en que sean algo tan pasajero como un mal constipado; y que la recuperación económica termine de una vez con la crisis que los aúpa hasta el segundo puesto en las encuestas del CIS. Pero mientras eso ocurre no nos queda más remedio que asistir, queramos o no, a la representación teatral que nos ofrecen. Ese circo romano en el que cada día luchan a muerte entre ellos, porque pan y circo es la base del populismo desde tiempos de Julio César.
Como todos recordaréis, la primera temporada de esta entretenida serie terminó con sus cinco gladiadores brazos en alto, en la arena del Circo Romano de Vistalegre: Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y Luis Alegre, los chicos de la Complutense, integrantes del círculo «Claro que Podemos», recogían a mediados de octubre de 2014 los aplausos enfervorizados de un público entregado, que los había visto, tan sólo cinco meses antes, alzarse con cinco escaños en el Parlamento Europeo, y los había convertido ya en los reyes del hashtag y del trending topic. Y a partir de aquí los profesores universitarios empezaron a tocar poder, a manejar presupuestos, a designar cargos y a repartir prebendas. Y así comenzaron las luchas internas.
El primero en caer fue Monedero, tras pronunciar una ácida crítica a la estrategia política que se estaba siguiendo para las elecciones autonómicas y municipales, lo que le enfrentaba con Íñigo Errejón. Aunque la realidad es que su imagen había quedado chamuscada tras conocerse el cobro de 425.000 euros por unos presuntos trabajos pagados por los gobiernos bolivarianos, que había tratado de escamotear a Hacienda a través de una sociedad fantasma. Luís Alegre, por su parte, prefirió dar un paso atrás a finales de 2015, no incorporándose a las listas a las elecciones generales, y quedándose como secretario general  de un partido muy dividido, en Madrid. Pero hace unos días ha vuelto a primera línea de la batalla con un comunicado en el que acusa a Irene Montero -la mujer del César- y su círculo más cercano, de “conspiradores” que pretenden destruir Podemos.
Carolina Bescansa se mantuvo de perfil en todos los enfrentamientos, no se unió a ningún bando, y hace unos días dimitió de todos sus cargos en Podemos, anunciando además que no se integraría en ninguna de las listas que compiten por dirigir el partido, al que acusó de machista. Iñigo Errejón ha intentado que la batalla final no sea a muerte, anunciando conciliador, que su proyecto conlleva la presencia de Pablo Iglesias como secretario general. Pero este gesto de debilidad ya ha sido despreciado por Iglesias, porque el macho alfa se ve ganador y quiere sangre. Y así llegamos al último capítulo de esta segunda temporada, con ambos gladiadores, sudorosos, en la arena del circo, listos para la batalla, y el público, teléfono móvil en mano, dispuesto a participar, tuiteando como locos a favor de su favorito, porque saben que… ¡Sólo puede quedar uno!

Publicado el 08/02/2017 en OKdiario

La Semana Negra de enero de 1977


Se acaban de cumplir 40 años desde el terrible atentado de los abogados de Atocha por parte de asesinos de extrema derecha y su memoria ha sido convenientemente homenajeada por todos. Sin embargo, la desmemoria histórica hace que hayan sido olvidados otros atentados de extrema izquierda cometidos aquella misma ‘Semana Negra’ de finales de enero de 1977. Atentados que pretendían hacer fracasar nuestra Transición democrática y que a punto estuvieron de conseguirlo, por lo que es imprescindible recordarlos.
A principios de 1977 la extrema izquierda llevaba dos años regando las calles españolas de sangre, tratando de boicotear el proceso de democratización, fundamentalmente porque no se había concedido una amnistía para los suyos, ni se pretendía juzgar al régimen franquista. ETA sumaba ya más de 50 asesinatos, el más cercano el 4 de octubre de 1976, cuando ametrallaron al presidente de la Diputación de Guipuzcoa, Juan María de Araluce, asesinándolo a él, a su chófer y a tres escoltas. Por su parte el FRAP –al que pertenecía el padre de Pablo Iglesias- y el GRAPO, habían cometido ya una docena de asesinatos y mantenía secuestrado, desde el 11 de diciembre de 1976, a Antonio María de Oriol, presidente del Consejo de Estado y ministro de Justicia entre 1965 y 1973.
Cuatro días después de este secuestro se celebró el referéndum por el que se aprobó la ‘Ley para la Reforma Política’. Redactada por Torcuato Fernández-Miranda –“de la ley a la ley a través de la ley”- esta norma fue el instrumento que desmontó el régimen franquista legalmente, con la aprobación de las propias Cortes nombradas años antes por Franco, por lo que también fue conocida como el “harakiri franquista”. El referéndum constituyó un enorme éxito, con un 77% de participación que votó en un 94% a favor. Una semana después de celebrarse fue detenido Santiago Carrillo, junto a otros siete dirigentes del aún ilegal PCE, en una presunta operación pactada para, en una semana, ponerlo en libertad sin cargos. La extrema derecha, por su parte, también se oponía a este proceso democrático, ya que abominaban legalizar un PCE que, a diferencia del PSOE, a esta fecha ya había aceptado tanto a la monarquía como la bandera bicolor y se había desvinculado de la Unión Soviética. Así, terroristas del grupo Guerrilleros de Cristo Rey habían asesinado a dos manifestantes en el verano de 1976, tratando de provocar una reacción violenta de los comunistas, que evitara su legalización.
En este ambiente, entre el ruido de sables de una parte del ejército que no aceptaba de buen grado este proceso, manifestaciones proamnistía, asesinatos terroristas y secuestros, llegamos al domingo 23 de enero de 1977. La ‘Semana Negra’ comenzó con el asesinato del estudiante Arturo Ruiz en una manifestación proamnistía. Un pistolero de extrema derecha le disparó hiriéndolo de muerte. A primera hora  de la mañana del día siguiente, el GRAPO secuestró al presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, teniente general Emilio Villaescusa. Casi a mediodía, en una manifestación por la muerte de Arturo Ruiz, la estudiante María Luz Nájera murió a causa del golpe recibido por un bote de humo lanzado por la policía. 
Esa misma noche se produjo el atentado en el bufete de abogados laboralistas de la calle Atocha. Tres asesinos, vinculados al Sindicato Vertical de Transportes y a grupos de extrema derecha, les dispararon, asesinando a cinco personas y dejando a otras cuatro heridas. La oleada de terrorismo se cerró el 28 de enero, con otros tres muertos, dos policías y un guardia civil, que fueron asesinados por terroristas del GRAPO en las Cajas de Ahorros donde prestaban servicio. Al día siguiente, en el traslado de los cuerpos de los policías asesinados, en la explanada del Hospital Gómez Ulla, oficiales del ejército, vestidos de uniforme y a cara descubierta increpan al vicepresidente del Gobierno, teniente general Gutiérrez Mellado, gritando “Gobierno dimisión, ¡traidores!”, “por encima de la disciplina está el honor”, “¡Parece mentira, si Franco levantara la cabeza!”. La Transición zozobra.
Pero el aplomo del Gobierno, unido al talante de los españoles, consiguió evitar el involucionismo que querían provocar los extremistas de izquierda y derecha. Gracias al consenso, a la moderación, y a la negociación entre un Gobierno heredero de la dictadura y una recién nacida oposición democrática, se consiguió evitar un nuevo conflicto civil que nos arrebatara la democracia, objetivo de los violentos de ambos extremos. Y es esa misma extrema izquierda, la que mediante asesinatos y secuestros intentaba robarnos la democracia aquella ‘Semana Negra’ de enero de 1977, la que pretende hoy denostar aquel proceso de Transición y oculta vergonzosamente sus crímenes, mientras homenajea solamente a las víctimas de su bando. Memoria Histórica.

Publicado el 01/02/2017 en OKdiario